20.12.06

La variación lingüística

suele causar insomnios a los correctores que se encargan de publicaciones que trascienden las fronteras (cuál no) del país en que se editan. Más allá de las expresiones que, en la “realización” particular de una misma lengua llegan a mover no solamente a risa, sino aun a duelo (la sola enumeración de ellas merece su preparación antológica), suelen suscitar demoradas consultas y discusiones en las mesas de redacción. A la mayoría de los correctores, el uso de cuchara (véase aquí, arriba a la derecha) como una metonimia (cuchara, dice el DRAE en la tercia acepción de esta palabra: “Cada uno de los utensilios que se emplean para diversos fines y tienen forma semejante a la de la cuchara”) los orillaría a buscar una expresión “más general”, comprensible tanto para el habitante de Santander o de Chimborazo, como para el oriundo de San Miguel Tenango, en la Sierra de Puebla.

En interés de hacerse entender por el mayor número de lectores de una misma lengua se incurre, así, en lo que yo llamaría la walmartización: la igualación (en este caso, de las expresiones dialectales).

No deja de tener importancia el hecho de que hoy en día se publica, sobre todo en internet, infinidad de diccionarios, glosarios y listas de coloquialismos, localismos, modismos, dialectalismos, no digo que como respuesta a la walmartización, pero sí —estoy seguro— a manera de dotar de un cierto grado de legibilidad la muy rica variedad lingüística de las lenguas e, implícitamente, de reconocerla.

Piénsese, asimismo, en ese otro dialecto, el albur, y cuántas veces el corrector se ha enmendado la plana (aquel al que no le haya sucedido que tire la primera piedra) para evitar el mojón, el camote o la panocha y, en su lugar (por un falso pudor y una verdadera incomprensión de la variación lingüística), dejar hito, batata y mazorca.

Que el impulso de emplear palabras de significación “universal” obedezca a los bastos criterios comerciales, no lo hace más aconsejable. Por el contrario, reduce, acaso llegue a reducir, la opulencia de la lengua.