Mal de ojo
Entre las muchas páginas memorables de Padres e hijos, Turguéniev deja este retrato de la madre de Basarov:Era Arina Vasilievna una verdadera aristócrata rusa de pasados tiempos; había vivido veinte años de la antigua época moscovita. Era muy sugestionable y sensible. Creía en todo lo creíble: en adivinaciones, predicciones, sueños; creía en fantasmas, espectros, vampiros y malos encuentros; en la corrupción, en la medicina popular, en el inminente fin del mundo; creía que si, en Pascua de Resurrección, no se tenían las luces apagadas toda la noche, brotaba muy bien el trigo sarraceno, y que las setas no crecen como ojo humano las vea; creía que al demonio le gustaba estar allí donde hay agua y que todo judío lleva en el pecho una mancha de sangre; teníales miedo a los ratones, culebras, ranas, hormigas y sanguijuelas, al trueno, al agua fría, al aire colado, a los caballos, a los machos cabríos, a las personas pelirrojas y a los gatos negros, y tenía a los grillos y a los perros por animales inmundos; no comía carne de vaca, ni pichones, ni cangrejos, ni queso, ni espárragos, ni alcachofas, ni liebre, ni sandías, porque al partir la sandía, le recordaba la cabeza de San Juan Bautista, y de las ostras, no hablaba sino con horror. Gustábale comer bien y ayunaba severamente; dormía diez horas de un tirón… y no se acostaba en cuanto a Vasili Ivanovich [su marido] le dolía la cabeza, no leía ningún libro, quitando Alexina o la cabaña del bosque; escribía una o a lo más dos cartas al año; pero, en cambio, sabía gobernar muy bien la casa y tenerlo todo a punto, aunque nada tocase con sus manos, y en general, no le gustaba moverse de su sitio.
No me detengo ahora en la precisión narrativa, en la adrede desordenada enumeración, en el trazo perfecto de una madre que, páginas adelante, sufrirá —y uno entiende, conociéndola como ahora, después de esta descripción— con fortaleza y sabiduría que su hijo, luego de tres años de no visitar a sus padres, se marche a los tres días de haber estado con ellos. Me detengo solamente en el hecho de que "creía en todo lo creíble [...]: en la corrupción [порча]..." , una minúscula perla que se le fue a Rafael Cansinos Assens, traductor de la obra, pues порча es mal de ojo (oculus malus),* lo cual concuerda con la suma de eclécticas supersticiones que parecen regir buena parte de la vida de esta mujer.
* El ojo del avaro no se satisface con su suerte, la avaricia seca el alma.
El ojo malo se alampa por el pan, hambriento está en su propia mesa.
se lee en Eclesiástico, 9-10.